La Epideixis se distingue por su carácter sistemático y su adhesión metodológica a la revelación positiva, basándose fundamentalmente en las Escrituras. La obra se divide en dos partes principales: la primera (hasta el capítulo 41 o 42) recapitula la historia de la salvación desde la creación hasta Jesucristo. Esta sección se apoya especialmente en los textos del Pentateuco, que Ireneo utiliza de manera privilegiada para narrar los orígenes y las alianzas de Dios. La segunda parte (capítulos 42 al 100 o 97) se centra en la redención y el cumplimiento de las profecías mesiánicas, siguiendo el modo de proceder de los apóstoles al sustentar el anuncio de Cristo con pruebas de legitimación del Antiguo Testamento. Ireneo se mantiene en el marco de las Escrituras para oponerse a la "falsa gnosis", rechazando la especulación racionalista y defendiendo vehementemente la bondad de la creación y la "carne" del hombre y de Jesús.
La contribución teológica de Ireneo radica en su énfasis en la unidad de la fe y la Iglesia y en su famosa doctrina de la recapitulación (anakefalaiwsis) de todas las cosas en Cristo. El Verbo se encarnó para destruir la muerte, deshacer el pecado y la desobediencia de Adán, y restituir la vida a la humanidad, asumiendo en sí mismo la totalidad de la creación. Ireneo concibe la historia de la salvación (oikonomía) como un proceso continuo y trinitario, destacando la acción conjunta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es frecuentemente denominado la Sabiduría de Dios o la "Mano del Padre", participando desde la creación y siendo fundamental para la "salvación de la carne" (salus carnis). Esta insistencia en la salvación completa del ser humano (cuerpo y alma) es clave en su refutación del dualismo gnóstico, que negaba el valor de la materia.
La obra del Espíritu Santo en el cristiano se articula mediante los sacramentos y la escatología, asegurando la plenitud de la salus carnis. La acción pneumatológica inicia con el bautismo, el cual es el "bautismo de la regeneración" y el "nuevo nacimiento" (regeneratio) que se recibe "a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo". En el bautismo, el Espíritu se confiere como el sello (sphragís) y prenda (arrabón) de la vida eterna y la incorruptibilidad. Posteriormente, en la Eucaristía, el Espíritu transforma los dones terrestres (pan y vino) en el cuerpo y sangre de Cristo, nutriendo la carne del cristiano hacia su futura glorificación. El Espíritu también es el agente de la resurrección, transformando el cuerpo mortal en espiritual, un proceso que culmina en la divinización del ser humano en el Reino del Padre. Esta transformación escatológica se describe metafóricamente como el recibimiento del "traje de bodas" (Mt 22, 11) y el "adorno de oro puro", que representan la plenitud del Espíritu y la incorruptibilidad definitiva.
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