jueves, 18 de diciembre de 2014

El pórtico del misterio de la segunda virtud (Le Porche du Mystère de la deuxième vertu). Charles Péguy


El pórtico del misterio de la segunda virtud (Le Porche du Mystère de la deuxième vertu) es una obra poética de Charles Péguy (1873-1914), escrita entre 1911 y 1912, que precede al Misterio de los Santos Inocentes (Mystère des Saints Innocents, 1912) y sigue al Misterio de la caridad de Juana de Arco (Mystère de la charité de Jeanne d'Arc, 1910).
En esta obra, Charles Péguy cede la palabra a Dios que se expresa a través de la voz de la señora Gervaise en un largo monólogo. Entre las tres virtudes teologales (la Fe, la Esperanza y la Caridad), Péguy considera a la Esperanza como "la más difícil y la más agradable a Dios", siendo la Fe y la Caridad las más accesibles a los hombres. Es a través de la imagen de una "niña pequeña" como Péguy ve avanzar a la Esperanza "entre sus dos hermanas mayores". Simbolizada por la infancia, la Esperanza es la virtud que ve más allá del presente, aquélla que avanza en la inocencia, con seguridad, hacia el porvenir.

La pequeña Esperanza avanza entre sus dos hermanas mayores
y no se la tiene en cuenta sólo a ella.
Por el camino de la salvación, por el camino carnal, por el camino
áspero de la salvación, por la ruta interminable, por la ruta
va la pequeña Esperanza entre sus dos hermanas.
Camina
entre sus dos hermanas mayores.
La que está casada.
La que es madre.
Y no se le presta atención, el pueblo cristiano sólo atiende
a las dos hermanas mayores.
La primera y la última.
Que van al más agobiado.
Al tiempo presente.
Al instante momentáneo que pasa.
El pueblo cristiano no ve más que a las dos hermanas mayores,
sólo mira a las dos hermanas mayores.
La que está a la derecha y la que está a la izquierda.
Casi no ve a la que está en medio.
La pequeña, la que va aún a la escuela.
Y que camina.
Perdida entre las faldas de sus hermanas.
El pueblo cree de buena gana que son las dos mayores
las que llevan de la mano a la pequeña.
En el medio.
Entre las dos.
Para que haga el camino áspero de la salvación.
Los ciegos no ven que es al contrario.
Que es ella, la que está en medio, la que lleva a sus hermanas mayores.
Y que sin ella no serían nada.
Porque son dos mujeres ya envejecidas.
Dos mujeres de cierta edad.
Arrugadas por la vida.
Es ella, la pequeña, la que arrastra todo.


Él piensa con ternura en aquel tiempo en el que ya no estará.
Porque no se puede existir siempre.
No se puede ser y haber sido.
Y en el que todo marchará igual.
En el que todo no marchará peor.
Al contrario.
En el que todo no marchará sino mejor.
Al contrario.
Porque sus hijos estarán allí para lo que sea.
Sus hijos lo harán mejor que él, seguro.
Y el mundo marchará mejor.
Más tarde.
No se siente celoso por ello.
Al contrario.
Ni de haber venido al mundo en un tiempo ingrato
ni de haber preparado sin duda a sus hijos quizás
para un tiempo menos ingrato.
¿Qué insensato estaría celoso de sus hijos y de los hijos de sus hijos?
¿Es que no trabaja únicamente por sus hijos?
Piensa con ternura en el tiempo en el que ya no pensará
poco en si mismo a causa de sus hijos.