martes, 24 de marzo de 2015

Juan Clímaco


Juan de la Escalera (latín: Ioannus Climacus y griego: Ἰωάννης τῆς Κλίμακος) o San Juan Clímaco (Siria?, c. 575 - 30 de marzo de 649?) —también conocido como Juan el Escolástico y Juan el Sinaíta—, fue un monje cristiano ascético, anacoreta y maestro espiritual entre los siglos sexto y séptimo, abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí (Monasterio de la Transfiguración). Es considerado santo por la Iglesia católica. Célebre por su escrito "Η Κλίμαξ Θείας ανόδου" ('E clímax Theías anódu', en griego La escalera del divino ascenso), ampliamente divulgada en latín como Scala Paradisi o Gradus ad Parnassum ("La escalera al Paraíso") del cual derivaría su apodo (del griego klimax, escalera); obra de carácter ascético y místico.

Su biografía es parcialmente conocida pues los datos disponibles son escasos, principalmente provenientes de una reseña biográfica escrita por el monje Daniel del Monasterio de Raithu (El Tor), sede más próxima al Monasterio de la Transfiguración.
Hay que resaltar que no hay acuerdo sobre las fechas de su nacimiento y muerte, pues, aparte de las reseñadas arriba, otras fuentes dan como nacimiento c.525 y como muerte c.606.
Se cree nació en Siria. Con una importante formación secular, se convirtió en novicio hacia los 16 años, siendo discípulo del abad Martyrius en el monte Sinaí por más de quince años. A la muerte de Martyrius, Clímaco se retira a vivir una vida solitaria y ascética en una gruta del propio monte Sinaí durante aproximadamente 40 años. A pesar de sus deseos de soledad, muchas veces fue consultado y enseñaba a otros monjes.
Ya a una edad mayor, por petición de los monjes, Clímaco accedió a ser abad del Monasterio de Santa Catalina. Allí redactó su Scala y otros textos. Poco tiempo antes de su muerte, dejó la abadía en manos de su hermano Jorge y volvió a la vida solitaria a esperar su muerte.
Su fiesta se celebra el 30 de marzo.

Escribe San Juan Clímaco en la Scala Paradisi:

No te afanes en mirar con minuciosidad las palabras que debes usar en la oración. A menudo los simples y sencillos balbuceos de los niños aplacaron al Padre que está en los cielos (cfr. Mt 6, 9).
No busques muchas palabras (cfr. Mt 6, 7), porque tal deseo provoca la disipación de la mente. Con una pequeña frase el publicano agradó al Señor (cfr. Lc 18, 3), y con una sola expresión dicha con fe, salvó al ladrón (cfr. Lc 23, 39-43). A menudo muchas palabras distraen en la oración porque llenan la mente de fantasías; una sola, con frecuencia, contribuye al recogimiento: cuando a un cierto punto hay una palabra que te agrada y propicia la compunción, permanece allí; entonces se unirá a tu oración el Ángel Custodio. (Scala Paradisi, escalón XXVIII)