martes, 19 de febrero de 2019

San Pedro Crisólogo (380 o 406-450)


Del sermón 67:

Padre nuestro, que estás en los cielos. Cuando digas esto no
pienses que Dios no se encuentra en la tierra ni en algún lugar
determinado; medita más bien que eres de estirpe celeste, que
tienes un Padre en el cielo y, viviendo santamente, corresponde
a un Padre tan santo. Demuestra que eres hijo de Dios, que no
se mancha de vicios humanos, sino que resplandece con las
virtudes divinas.

Sea santificado tu nombre. Si somos de tal estirpe, llevamos
también su nombre. Por tanto, este nombre que en sí mismo y
por sí mismo ya es santo, debe ser santificado en nosotros. El
nombre de Dios es honrado o blasfemado según sean nuestras
acciones, pues escribe el Apóstol: es blasfemado el nombre de
Dios por vuestra causa entre las naciones (Rm 2, 24).

Venga tu reino. ¿Es que acaso no reina? Aquí pedimos que,
reinando siempre de su parte, reine en nosotros de modo que
podamos reinar en Él. Hasta ahora ha imperado el diablo, el
pecado, la muerte, y la mortalidad fue esclava durante largo
tiempo. Pidamos, pues, que reinando Dios, perezca el demonio,
desaparezca el pecado, muera la muerte, sea hecha prisionera
la cautividad, y nosotros podamos reinar libres en la vida
eterna.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Éste es
el reinado de Dios: cuando en el cielo y en la tierra impere la
Voluntad divina, cuando sólo el Señor esté en todos los
hombres, entonces Dios vive, Dios obra, Dios reina, Dios es
todo, para que, como dice el Apóstol, Dios sea todo en todas
las cosas (1 Cor 15, 28).

El pan nuestro de cada día, dánosle hoy. Quien se dio a
nosotros como Padre, quien nos adoptó por hijos, quien nos
hizo herederos, quien nos transmitió su nombre, su dignidad y
su reino, nos manda pedir el alimento cotidiano. ¿Qué busca la
humana pobreza en el reino de Dios, entre los dones divinos?
Un padre tan bueno, tan piadoso, tan generoso, ¿no dará el
pan a los hijos si no se lo pedimos? Si así fuera, ¿por qué dice:
no os preocupéis por la comida, la bebida o el vestido? Manda
pedir lo que no nos debe preocupar, porque como Padre
celestial quiere que sus hijos celestiales busquen el pan del
cielo. Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo (Jn 6, 41). Él
es el pan nacido de la Virgen, fermentado en la carne,
confeccionado en la pasión y puesto en los altares para
suministrar cada día a los fieles el alimento celestial.

Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores. Si tú, hombre, no puedes
vivir sin pecado y por eso buscas el perdón, perdona tú
siempre; perdona en la medida y cuantas veces quieras ser
perdonado. Ya que deseas serlo totalmente, perdona todo y
piensa que, perdonando a los demás, a ti mismo te perdonas.

Y no nos dejes caer en la tentación. En el mundo la vida
misma es una prueba, pues asegura el Señor: es una tentación
la vida del hombre (Job 7, I ). Pidamos, pues, que no nos
abandone a nuestro arbitrio, sino que en todo momento nos
guíe con piedad paterna y nos confirme en el sendero de la vida
con moderación celestial.

Mas líbranos del mal. ¿De qué mal? Del diablo, de quien
procede todo mal. Pidamos que nos guarde del mal, porque si
no, no podremos gozar del bien.