miércoles, 25 de noviembre de 2015

Macario de Alejandría (h. 310-h. 408)


Este insigne anacoreta del siglo IV es uno de los mejores ejemplos de la vida ascética, con la tendencia al retiro del mundo y apartamiento a la soledad, que tanto predominó en este tiempo. Además, constituye una excelente prueba del tránsito de a vida puramente solitaria a la de comunidad o cenobítica, que se fue imponiendo a fines del sigo IV y durante el siglo V. De él nos informa ampliamente, sobre todo, Paladio, en su Historia Lausíaca, que es la más antigua y fidedigna historia del primer desarrollo del monacato.

Era originario de Alejandría, de donde se deriva e renombre con que es generalmente conocido; pero es denominado asimismo el Joven, en contraposición a San Macario de Egipto (15 de enero), llamado también el Viejo, aunque, a decir verdad, ambos son casi rigurosamente contemporáneos. Además, debe distinguírsele también de otros varios Macarios, célebres en los anales de la vida monástica, pues no puede olvidarse que la palabra griega macarios significa feliz o bienaventurado.

Así, pues, Macario de Alejandría, antes de entregarse a la vida de ascetismo cristiano, desempeñó hasta los cuarenta años e oficio de mercader de frutos o confitería, que dio pie, ya desde antiguo, a que sea considerado como patrono del ramo de los pasteleros. En a flor de la edad, cuando contaba cuarenta años, siguiendo la corriente ascética del tiempo, se retiró a la vida solitaria, donde perseveró con indomable constancia durante unos sesenta años, hasta su muerte. Ni la fecha de su nacimiento ni la de su muerte nos son conocidas, pero debió nacer hacia el año 310 y morir hacia el 408, casi centenario.

Cuando se retiró a la soledad, a mediados del Siglo IV, era el tiempo en que en todo Oriente, particularmente en los desiertos de Egipto, se halaba en su máximo apogeo a vida anacorética. Más aún. Con San Antonio Abad había tomado cada vez más consistencia el género de vidas de las comunidades de ermitaños, que vivían en sus celdas separados, pero se juntaban para algunos ejercicios ascéticos y estaban bajo la dirección de algún maestro señalado; y con San Pacomio se daba comienzo a una vida de estricto ascetismo, pero dentro de un lugar cerrado y bajo la obediencia de un superior y observancia de una regla. Es la vida cenobítica o de comunidad, que recibió su más pleno desarrollo, en Oriente con las dos reglas de San Basilio, y en Occidente con las de San Agustín y de San Benito.

Según atestigua Paladio, Macario inició su vida solitaria en el desierto de Egipto. Tal vez se puso en un principio bajo la dirección de algunos maestros de más prestigio, para aprender de ellos el verdadero ascetismo cristiano. Tal vez se unió a una de las colonias de as que estaban bajo dirección de San Antonio Abad († 356) o de algún otro de los maestro de la vida ascética que admitían discípulos. Tres eran los desiertos de Egipto, célebres por las grandes multitudes de solitarios, colonias de anacoretas y cenobios incipientes. El más alejado era e de la Escitia, en os límites de la Libia. Seguía e de las Celdas y de Nitria, que ocupaban grandes extensiones en la parte central. El tercero era el del Bajo Egipto, más próximo a Alejandría. Pues bien, consta que Macario recorrió estos diversos desiertos, pero que desarrolló definitivamente su vida ascética y llegó a ser un ejemplo y guía de anacoretas en la región de las Celdas, con una especie de colonias al estilo de San Antonio. Por e mismo tiempo, en el desierto de Escitia, desarrollaba una vida muy semejante y reunía en torno suyo gran número de discípulos Macario el Viejo. Ambos fueron verdaderas lumbreras del ascetismo cristiano de estos tiempos. Paladio nos refiere que , en los últimos años de la vida de Macario el Joven, estuvo con él en su cabaña y fue testigo de la vida que él y los demás discípulos llevaban. Por esto su testimonio es enteramente fidedigno.

La vida de Macario el Joven y de sus discípulos, conforme a la relación de Paladio, era de una austeridad extraordinaria. Cada anacoreta tenía su celda separada, donde vivía en la más absoluta soledad durante la emana; pero los sábados y domingos se reunían para os oficios divinos. Ocupábanse en la oración; observaban en trabajos manuales, como tejer esteras o cosas semejantes, que les ayudaran a fomentar la contemplación y unión con Dios. En general, era admirable la alegría, buen espíritu y aun la buena salud corporal, de que disfrutaban aquellos solitarios, a pesar de que su comida se reducía a lo más frugal e indispensable para mantener la vida. Sanos de cuerpo y de alma, aquellos anacoretas, bien orientados por sus excelente maestros, vivían sólo para Dios, a quien se habían consagrado por completo.

Para que el ejemplo de su vida fuera más humano y más completo, Dios permitió que fuera víctima de persecuciones y aun calumnias. Estas llegaron a tal extremo, que por algún tiempo se vio forzado a abandonar su celda y fue desterrado por la fe católica, por obra de Lucio, patriarca arriano de Alejandría. Más aún. Dios permitió igualmente que fuera su alma probada con la mayor obscuridad espiritual. Efectivamente, movido de su ansia de contemplación, refiere Paladio que se encerró dentro de su celda con el propósito de permanecer en ella cinco días seguidos. Los dos primeros días se sintió inundado de dulzura celestial: pero al tercero se sintió acometido de tal turbación y guerra del enemigo, que se vio obligado a volver a su vida normal. Por esto observaba él a sus discípulos qué Dios se retira en ciertas ocasiones, para que los hombres experimenten su propia debilidad y reconozcan que la vida es una lucha.

No es, pues, de maravillar que con una vida tan santa recibiera de Dios la gracia especial de hacer milagros Tal vez algunos de los que se le atribuyen entren en el campo de la leyenda; pero ciertamente constituyen excelentes lecciones prácticas de su vida, profundamente ascética.

Respecto de su muerte, Tillemont señala el año 394, pero es más probable que tuvo lugar hacia el 408, pues se sabe que murió contando unos cien años de edad y que nació a principios del siglo IV. Algunos le han atribuido una regla para los monjes. Tal vez se puede relacionar con esta regla lo que San Jerónimo copia en su carta a Rústico. Por otra parte, el bien conocido Codex Regularum, de San Benito de Aniano presenta una regla con el nombre de los dos Macarios, Serapión, Pafnucio de Escitia, Serapión de Arsinoe, etc. En el desierto de Nitria se mantuvo, durante varias centurias, un monasterio que lleva el título de San Macario. Su culto se introdujo en Oriente ya en la antigüedad. Su fiesta se celebra el 2 de enero.

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