jueves, 27 de noviembre de 2025

Sobre el bautismo. Tertuliano



El tratado de Tertuliano de Cartago (c. 160-220) titulado Sobre el Bautismo (De Baptismo) es considerado necesario para la instrucción no solo de quienes se están formando en la fe, sino también de aquellos cuya fe, aunque probable, aún no ha sido examinada a fondo. Tertuliano utiliza la obra como defensa contra la "víbora de la herejía cainita", que se había propuesto como primer objetivo "destruir el bautismo". Una de las mayores dificultades que encuentra la mente carnal es la sencillez de las obras divinas visibles en el acto —como sumergir a un hombre en agua y pronunciar unas pocas palabras— comparada con la grandeza que se les promete en el efecto, es decir, la eternidad. No obstante, Tertuliano argumenta que cuanto más maravilloso parezca el resultado (como que la muerte desaparezca mediante un baño), más digno de creer es, ya que Dios elige "las cosas necias del mundo" para confundir la sabiduría humana, poniendo las causas materiales de su operación en actos que parecen necedad o imposibilidad.

Para comprender este poder, es esencial examinar la autoridad del elemento líquido. El agua es una sustancia antigua que existía antes de la organización del mundo y que era la sede del Espíritu Divino, siendo más agradable a Él que otros elementos. Su dignidad es suprema, ya que "el Espíritu del Señor se movía sobre las aguas" en el principio. El agua sirvió como poder regulador, mediante el cual Dios constituyó el orden del mundo, ya sea dividiéndola para suspender el firmamento o separándola para revelar la tierra seca. Además, el agua fue el primer elemento que recibió el precepto de "producir seres vivientes". Que el agua de la creación fuera la primera en producir vida hace que no sea extraño que las aguas del bautismo sepan dar vida, demostrando que la sustancia material que rige la vida terrenal actúa también como agente en la celestial.

El principio fundamental del bautismo establece que el Espíritu de Dios, que se cernía sobre las aguas primigenias, continúa demorándose sobre las aguas de los bautizados. De esta manera, la naturaleza de las aguas, santificadas por el Espíritu, es concebida con el poder de santificar. No importa la fuente, todas las aguas —en el mar, un arroyo o un abrevadero— alcanzan el poder sacramental de la santificación una vez que se invoca a Dios. Tertuliano contrasta este poder con las imitaciones espurias del diablo, señalando que las naciones paganas utilizan lavamientos para ritos de Isis o Mitra. El autor también hace referencia al estanque de Betsaida, donde un ángel solía agitar las aguas para la curación física. Este evento sirve como una figura carnal precursora que demuestra que, aunque el agua antes remediaba los defectos del cuerpo, ahora, mediante la gracia de Dios, sana el espíritu y renueva la salvación eterna.

Tras la inmersión, que es un acto carnal con el efecto espiritual de liberar de los pecados, el espíritu es lavado corporalmente y la carne es limpiada espiritualmente. La fe del bautizado es sellada "en el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo". Posteriormente, el bautizado es ungido con una unción bendita (crisma) que corre carnalmente sobre el cuerpo, pero aprovecha espiritualmente. Luego se impone la mano, invocando al Espíritu Santo mediante una bendición, una práctica derivada del antiguo rito sacramental de la bendición de Jacob. El Espíritu desciende voluntariamente sobre el cuerpo limpio y bendito, a menudo asociado a la paloma, emblema de la sencillez y la inocencia. Al emerger de la pila bautismal tras sus viejos pecados, la paloma del Espíritu Santo vuela hacia nuestra carne, trayendo la paz de Dios
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La prescripción de que "sin el bautismo nadie puede alcanzar la salvación" planteó dudas sobre los apóstoles, que no fueron bautizados en el Señor. Tertuliano responde que, si sufrieron el bautismo humano de Juan, ya habían recibido el agua bautismal una vez, y el bautismo de Cristo es uno solo. También aborda la objeción de que Abraham agradó a Dios sin el bautismo de agua. El autor explica que, antes de la pasión y resurrección del Señor, la salvación se podía alcanzar por la "fe desnuda". Sin embargo, ahora que la fe se ha ampliado, se ha agregado el sellamiento del sacramento, y Jesús vinculó la fe a la necesidad del bautismo, declarando la ley: "Id a todas las naciones, y bautizadlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".

Tertuliano subraya la unidad del bautismo, afirmando que solo hay "Un bautismo, un Señor y una fe". Por esta razón, el bautismo realizado por los herejes no es el mismo que el cristiano, ya que ellos no comparten la misma disciplina o el mismo Dios. El bautismo cristiano también contrasta con el rito judío, en el que el israelí se baña diariamente porque diariamente se contamina, mientras que el agua cristiana "una vez se lava" para que los pecados no se repitan. A pesar de la singularidad del bautismo de agua, los cristianos tienen una segunda fuente de salvación: el bautismo de sangre (martirio). Este bautismo fue prefigurado por el Señor, quien vino "por medio de agua y sangre". El bautismo de sangre sustituye al baño fontal si no ha sido recibido, o lo restaura si se pierde.

En cuanto a la administración, el derecho de conferir el bautismo pertenece al sumo sacerdote (el obispo), y subsidiariamente a los presbíteros y diáconos, por el honor de la Iglesia. No obstante, los laicos tienen derecho a administrarlo en casos de necesidad o urgencia, siempre que lo hagan con reverencia y modestia. Los tiempos más solemnes para conferir el bautismo son la Pascua y Pentecostés, aunque Tertuliano afirma que "cada día y cada hora son aptos", pues no hay distinción en la solemnidad, pero sí en la gracia. Quienes se preparan para recibir la gracia de Dios deben hacerlo con oraciones, ayunos y la confesión de todos los pecados pasados. Se aconseja prudencia en la administración, especialmente en el caso de los niños pequeños y solteros, prefiriendo la demora hasta que crezcan, decidan y sean capaces de conocer a Cristo y estar fortalecidos para la continencia. Finalmente, Tertuliano pide a quienes ascienden de la fuente de nuevo nacimiento que, al orar al Padre, tengan en cuenta a "Tertuliano el pecador".

martes, 11 de noviembre de 2025

Exodo 15


El libro del Éxodo, particularmente en sus capítulos 1 al 15, es considerado el clímax de la trama del Pentateuco, narrando la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Inmediatamente después del cruce milagroso del Mar Rojo, Moisés y los hijos de Israel entonaron este cántico a Jehová. Este himno de victoria, también conocido como el Cántico del Mar, es una pieza central de la tradición. La experiencia de la redención produce tal emoción que no podría ser expresada satisfactoriamente en prosa o poesía, sino que demanda ser transformada en un cántico. La respuesta más adecuada que un creyente puede expresar al experimentar la redención es cantar con gozo al Señor.

El cántico mismo es una poderosa declaración teológica que se centra enteramente en Dios, celebrando Sus poderosos hechos. Jehová es exaltado como la fortaleza, el cántico y la salvación de Israel. Se le proclama como "varón de guerra", un rey conquistador que no es débil ni incapaz. La diestra de Jehová fue magnificada en poder, quebrantando al enemigo. Faraón, sus carros y su ejército fueron echados al mar, y los abismos los cubrieron, descendiendo a las profundidades como piedra. La adoración proclamada en el canto subraya la superioridad de Jehová sobre todos los dioses, preguntando: "¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, Terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?".


El evento de la victoria también destaca el liderazgo femenino en la adoración a través de María (Miriam), la profetisa y hermana de Aarón. Miriam tomó un pandero y dirigió a todas las mujeres, quienes salieron en pos de ella con panderos y danzas. Ella les respondía con la misma estrofa triunfal: "Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; Ha echado en el mar al caballo y al jinete". La narrativa presenta a Miriam como una mujer de carácter, música y bailarina, líder de un grupo de mujeres que celebran la gloria de Dios. Su envergadura es tal que se la menciona junto a Moisés y Aarón como figuras que Dios envió "delante" del pueblo en el contexto de la memoria de la liberación de Egipto.

A pesar de la euforia de la victoria, el viaje de Israel comienza inmediatamente la fase de prueba. Moisés guió a Israel desde el Mar Rojo hacia el desierto de Shur, fuera de las rutas principales. Tras tres días sin hallar agua, llegaron a Mara, donde las aguas eran amargas, lo que llevó al pueblo a murmurar contra Moisés. La murmuración se vuelve un motivo recurrente en el desierto, mostrando una ingratitud incomprensible tras el triunfo en el mar. Sin embargo, Dios proveyó: Moisés clamó a Jehová, quien le mostró un árbol para endulzar las aguas. Tras este tiempo de prueba, llegaron a Elim, un lugar de refrigerio con doce fuentes de aguas y setenta palmeras, demostrando que Dios sabe cuándo probar a Su pueblo y cuándo darle descanso.

El relato de Éxodo 1-15 es un hito esencial que irradia sentido sobre el resto del Pentateuco. La marcha hacia la Tierra Prometida está organizada literariamente mediante "itinerarios", secuencias de escalas orientadas hacia una meta última. No obstante, el Pentateuco se cierra de manera "abrupta" y "sorprendente", con el pueblo acampado en las estepas de Moab, a la vista de Jericó, sin haber entrado en la tierra. Esta obra fundacional, al ser una "sinfonía literaria inconclusa", asegura que la promesa de la tierra sigue siendo futura, manteniendo así la utopía y la esperanza de un nuevo proceso de liberación para todas las generaciones. El cántico, en su conclusión profética, asegura que "Jehová reinará eternamente y para siempre", ofreciendo una garantía de que la obra iniciada se terminará.